Tu dolor es válido. Tu proceso también.
Incomodidad e incertidumbre. Esas han sido mis compañeras constantes durante los últimos siete meses. Como nos enseña la sociedad, ante las dificultades, uno debe demostrar fortaleza. “Ser un hombre” fuerte, capaz y sin miedo. Pero la verdad es que sí he tenido miedo. Mucho. Ansiedad, culpa, dudas hacia mis capacidades y mis decisiones. No necesariamente porque hayan sido malas, sino porque las circunstancias cambiaron radicalmente y tuve que aprender, a la fuerza, que hay cosas que simplemente no controlo y que, aunque duela aceptarlo, la vida no siempre sigue el plan que con tanta ilusión e ingenuidad he hecho en mi cabeza.
Desde mi primera oferta de trabajo en 2013 trabajé en el mismo lugar durante 11 años. Un lugar que, aunque muchas veces es incomprendido, siempre he creido que tiene un poder increible de generar un impacto económico y social, pero ese es otro cuento que algun día hablaré. Allí conocí personas maravillosas y otras que me incomodaron, pero fue justo esa experiencia la que me empujó a cuestionarme: ¿esto es todo? ¿Un buen salario, una posición cómoda y estable es suficiente? ¿Por qué no me siento plenamente feliz?
Esperé una oportunidad que me permitiera salir, crecer y seguir teniendo estabilidad económica. En noviembre de 2024 esa oportunidad llegó. Me la ofreció una mujer que, con el tiempo, conocí a fondo y me ha inspirado muchísimo. Me propuso unirme a un proyecto que me encantó desde el primer momento. Pero la decisión de dejar mi oficina, mi rutina, mi estabilidad no fue nada fácil. Pasé tres días de consultas intensas (viernes, sábado y domingo) debatiéndome entre el “sí” y el “no”. Hablé con amigos, amigas, y por supuesto, con mi esposa. Cada hora cambiaba de opinión. El lunes por la mañana, decidí aceptar 10 minutos antes del deadline que me habían dado para dar una respuesta.
“El hombre propone y Dios dispone” dice un dicho que cobró todo su sentido para mí. Por decisiones políticas, el proyecto al que decidí entregarle mi tiempo, experiencia y conocimiento fue cancelado, y con él, también mi trabajo, mi estabilidad y el plan que había hecho.
La cancelación fue un proceso. Primero vinieron las pausas laborales, luego las advertencias de posible cancelación. Después la suspensión del contrato, y finalmente, la notificación oficial del cierre del proyecto. En marzo de 2025 firmé mi liquidación. En apenas tres meses, la razón por la que había dejado mi estabilidad, ya no existía.
Y fue ahí donde comenzó el verdadero reto: la ansiedad, la tristeza, los pensamientos intrusivos, el miedo a lo desconocido. Sabemos que la vida tiene ciclos altos y bajos, pero entenderlo no es lo mismo que vivirlo. De lo que había tenido miedo por años me llegó finalmente de golpe.
Hoy ya no se trataba solo de encontrar aquello que me hiciera feliz, sino de responder a una necesidad urgente: recuperar estabilidad para mí y para mi familia. Fue el inicio de un proceso que aún no termina, pero en el que he comenzado a encontrar respuestas y reconstruirme.
Sentirse mal está bien. Mostrar nuestra vulnerabilidad también.
Lo peor que podemos hacer es fingir fortaleza cuando por dentro estamos quebrados. Eso me pasó. Me guardé todo. No hablé, no confié lo suficiente en mis seres queridos ni en mis amigos. Pensé que la soledad me daría claridad, pero fue al revés: me debilitó mentalmente, me consumieron los pensamientos y en vez de claridad conseguí oscuridad.
Hablar, expresar y compartir lo que duele, lo que te enoja y lo que incomoda es el primer paso para comenzar a reconstruirse. No es un camino corto, pero sí uno necesario. Escribir estas líneas no solo es solo para compartir lo que he vivido y lo que me ha ayudado, sino también liberar todo aquello que, durante 7 meses, me ha consumido por dentro.
Si estás pasando por algo parecido, no te lo guardes. No estás solo.